viernes, 4 de julio de 2014

Qué más dá

Con cariño para mi amado Padre


Pronto dejaré de pensar.

Mis manos no abrazarán nunca más
Y mis pupilas ya no se dilatarán con la luz de una estrella.

Pronto, después de este corto episodio de locura y cordura,
La muerte se llevará lo poco que soy, lo poco que fui.

Ya no seré más entre las sombras,
Los años arrastrarán como el viento
Mi polvo y mi recuerdo
Y ni siquiera el mármol podrá esculpir mi eternidad.

Entretanto...
Me entretengo en la lucha,
Me enfrento fiero a la locura,
Esperando venir el cruel momento.

Qué más dá de las palabras,
Que importa más la algarabía y el bullicioso baile de las máscaras,
Que se esucha monótono como un fondo inadvertido
En medio de la noche.

No ruego perdón ni absolución a haber vivido,
Quiero esperar sereno el fin de mi tonada,
Confiado en que solo llevo en mi equipaje,
La certeza de lo que he dado
Y de lo que he agradecido.

Río

Navegando en el inmenso río del tiempo,
soñar mientras despierto, 
después de pisar la tierra firme
en cada puerto.

Con el breve aliento y la mano tensa,
con el último suspiro del deseo,
con la mirada perdida en el tiempo,
con las palabras truncadas
por el silencio.

Como el anhelo agónico,
con la necesidad que apremia,
en el afán de supervivencia,
Río.

Río de Amor y de Oro,
de esperanza y claridad,
de la certeza de la muerte,
de ningún mañana,
de ningún jamás.

El Río representa el fluir eterno de la vida, la vena abierta de la exhuberante diversidad. Su sangre es nuestra sangre, la misma que nos hace y nos informa. Una palabra de amor para él, es para nuestra escencia. Ningún esfuerzo es mucho para cuidarlo, ninguna palabra nuestra abarca su presencia. Río en toda su extensión: a lo largo, a lo ancho, en lo profundo. Su canto nace de las entrañas de la Tierra. Cantemos con él a la majestuosa naturaleza.

Por que te cuido Río. 
Por que te Amo Río. 
Por que te bebo, Río. 
Por tí, por los hijos de la Tierra, Río. 
Por nuestro cuerpo bañado en tu hermosura, Río.